Era una tarde de julio, sin una nube en el cielo. Una ligera brisa procedente del pinar cercano suavizaba el calor y el tiempo pasaba sin prisa entre carreras, sudor, pases, tiros a puerta y algún que otro gol. Al terminar, tras más de dos horas de partido bajo el sol, recogimos nuestras mochilas y nos encaminamos al apeadero para esperar al siguiente tren que nos llevaría de regreso. No teníamos prisa, estábamos relajados y era una apacible tarde de verano.
Sentado, mientras bebía una cocacola helada, miré al horizonte y me quedé observando el campo ante nosotros, que a lo lejos estaba siendo regado con potentes aspersores. El sol, ya declinando pero aún con fuerza, iluminaba a contraluz el paisaje y la luz se rompía en las gotas de agua creando un espectáculo efímero que me pareció de una enorme belleza. Y lo dije.
-Ya está Dani diciendo paridas. Rió uno.
-Bueno… ¡El poeta!. Se mofó otro.
-¡Idos a la mierda!. Espeté, con la letra d, al más puro estilo Fernán Gómez. Disimulando entre risas mi mal humor por haberme sacado de ese momento mágico que pretendía compartir, mientras apuraba mi refresco y daba un último vistazo a tan hermosa imagen. El tren estaba a punto de llegar.
La imagen y el momento se me quedaron grabados; lo revivo con frecuencia. Cuando presencio algo que me genera una sensación parecida, aparece el recuerdo de la experiencia de lo bello y de la incomprensión de los demás al compartirlo.
El otro día me volvió a suceder y, reflexionando sobre ello caí en la cuenta de que, ciertamente, la belleza está en todas partes, sólo que cada uno ve una parte, algunos quizá ninguna. Cada uno conectamos con un tipo de belleza, creo que de forma insconsciente, sin control previo, aunque probablemente nuestra educación temprana tenga mucho que ver. Conectamos con algo, de creación humana o no, y podemos estar horas y horas contemplándolo, escuchándolo, disfrutándolo, como si nunca antes lo hubiéramos hecho, como si nunca más lo volviéramos a hacer.
Belleza es conexión. Es equilibrio. Es lo efímero. Es lo eterno. Es una cuerda invisible que nos ata en una vibración que nos arroba y que, delicada, se puede quebrar en cualquier momento.
Poder admirar algo cada día como si fuera la primera vez, y a la vez la última: con toda (y digo toda) la intensidad que somos capaces de sacar de nuestro interior. Y que el de al lado no entienda qué demonios miramos tan absortos.
Un dibujo, una flor, una melodía, un olor, una historia, un objeto,una ecuación,una acción.
Da igual.
Lo seguiré buscando y, creedme, lo seguiré encontrado.